Coloquio

Eso es todo un toque de atención. El problema de los socialistas no estaría, según González, en lograr pactar con uno u otro partido, sino en volver a ser el PSOE de las mayorías de los año 80 y 90, cuando no necesitaba de gobiernos de coalición. En el peor de los casos, le bastaba con apoyos parlamentarios. Esta tesis, que es compartida por los viejos dirigentes del PSOE, comienza a extenderse, incluso, en Andalucía, donde Susana Díaz buscaría en las próximas elecciones un grupo parlamentario lo suficientemente numeroso como para no contar con consejeros de IU. González conoce ya bien a Susana Díaz, que se sentó a su lado en el Foro Joly, como los dos ex presidentes anteriores: José Antonio Griñán y Manuel Chaves. No faltó su ex ministro de Economía Carlos Solchaga, el único por el que parece que estos 18 años no han pasado.

En el PSOE, según Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba es el mejor, en ese no tiene dudas, y al que fuera su ministro de Educación le dedica todos los elogios -el que más sabe, el más experto, el más preparado-, pero admite que las encuestas no le dan este apoyo. Felipe González admite la contradicción de una democracia que no siempre elegiría a los mejores, sino a otros que tuvieran otro tipo de componentes. ¿Apoyaría, entonces, González a Rubalcaba en unas elecciones primarias? La duda la dejó ahí, aunque mantuvo que en el PSOE «hay cuadros», hay más personas preparadas, aunque él no está dispuesto a señalar a ningún otro porque lo «jodería». «Seguro que, entonces, no sale», bromea.

Felipe González es un ortodoxo, y ahora que ha fallecido Adolfo Suárez, recuerda que nunca tuvo reparos en apoyar al Gobierno de la UCD cuando este partido de centro era de todo menos una unión. En su último Presupuesto, Suárez contaba con graves problemas para obtener el apoyo de sus parlamentarios; Gómez Llorente, crítico con Felipe González y socialista heterodoxo, bajó de su sillón de la Vicepresidencia del Congreso y habló con el líder de la oposición: «Esto es muy grave, el Gobierno puede caer». Sólo habían pasado cuatro meses de la moción de censura de González contra Suárez, pero el líder socialista debió de dar algunas órdenes: 15 de sus diputados no fueron a votar, como que llegaron tarde, y el presidente ahora fallecido pudo aprobar esos últimos Presupuestos.

Rara empatía entre partidos.

González no tiene reparos en afirmar que los datos del paro del mes de marzo son buenos, buenos sin paliativos, porque se estaría creando empleo con un crecimiento muy bajo del PIB. En los 90, no se creaba trabajo de modo neto si el PIB no superaba el 2,5% o el 3%. Hay reformas estructurales que habrán funcionado. No hay axiomas. En la España del primer González se creía que era imposible bajar de una inflación del 10%, y se fue con el IPC por debajo del cuatro. Ahora se crea empleo con crecimientos vagos. Pero advierte: «No hay que alardear, ni éste ni el anterior Gobierno, de estos brotes verdes frágiles, porque además no depende de nosotros».

La vieja Europa, resume González, se enfrenta al desafío de ganar competitividad sin sueldos chinos. Un problema que exige «diálogo y diálogo», sin «arrogancia», y lo que hecha en falta es la «voluntad» para hablar. Si no es así, si no se recupera el gran consenso, la crisis económica se complicará con la territorial. E, incluso, si la productiva se acaba, seguirá la territorial, y la territorial es Cataluña: «Yo estoy dispuesto a echar una mano al Gobierno de Rajoy».