Felipe González

UNTO al Rey, y fallecido Adolfo Suárez, Felipe González es una de las dos grandes figuras vivas de la Transición. 72 años. Hace ya 18 que dejó de ser presidente del Gobierno y, desde entonces, ha estado más dedicado a los asuntos europeos y latinoamericanos que a los españoles, aunque eso da cierta perspectiva. Muy interesante. «Vista desde Latinoamérica, se ve muy bien qué es España; desde aquí, parece que no tanto». El discurso de Felipe González en el Foro Joly – 59 minutos de reloj- es un aterrizaje sobre un mundo global donde los países que fueron líderes en el siglo XX, caso de los europeos, no terminan de encontrar su espacio frente a los emergentes Brasil, China, la India, México… Es el mundo global de un europeísta con miedo a criticar a la Unión Europea por no alentar más a los populismos, pero que no calla. Por ejemplo: «Veo a Europa distraída». Y al referirse a la crisis de Ucrania, mantiene: «Europa no es capaz de defenderse a sí misma». Y con cierto cinismo sano, observa: «Me da cierta pena que la Sexta Flota no hubiera entrado en el Mar Negro». Rusia se hace hueco, se lava la humillación que sufrió en 1989 cuando cayó el Muro y casi toda la Europa del Este se pasó al bando de Bruselas y de la OTAN. Otros tiempos, ahora Estados Unidos ni entra en el Mar Negro. González habla de Europa, sobre todo del reto de una Europa que aún no sabe cómo aumentar su competitividad, pero su discurso viene trufado de anécdotas con mandatarios extranjeros, observaciones nacionales y alguna que otra reflexión. Por ejemplo: González y la presidenta de la Junta, Susana Díaz, se llevan bastante bien, y sabe que el Gobierno de coalición funciona, pero no ve que la fórmula del PSOE e IU sea exportable al conjunto de España.

En el fondo, Felipe González es un pragmático ortodoxo de origen socialdemócrata, de los que opinan que «una cosa es predicar y otra, dar trigo», y que, por tanto, cree que IU ha aprendido esa lección en Andalucía, pero no en Madrid. Pero hay más: González es un convencido de que el PSOE es un «partido de mayorías» y cree que su formación está perdiendo esa «vocación».